Historia de las ciudades

Ciudad egregia que nos cautivaste; ciudad ideal bajo cuyo palio brotaron pujantes nuestras m´s nobles ilusiones; ciudad luminosa que vimos emerger bajo el dosel de la luna y la magia esplendente del aura solar como bajel de nuestras vidas andariegas; ciudad de príncipes eximios y destinos benevolentes, de pequeñas calles pintorescas, bulliciosas plazas dilatadas y perspectivas lineales tendidas hacia el infinito; ciudad de tradiciones y libertades, donde las estatuas, los Palacios y las instituciones mantienen vivo el recuerdo del pasado, cual si quisieran darse la mano unas generaciones con otras, antes de abandonar la ronda del vivir. ¡Oh, tú, noble urbe de gratas rememoraciones y hondos sentires¡: sírvenos de modelo y guía en nuestro trabajo de ahora, por el que, vistiéndose con tocas de poesía y brocados de ensueño, podremos erigirle en reina y señora de esa ínsula ideal que todos forjamos en el másíntimo recodo de nuestras almas, donde quisiéramos sumirnos al llegar la hora de la retirada, en blando remanso de suaves atardeceres. Si de ti hablamos, si a ti nos dirigimos, es porque el placer de haberte soñado quiere en vano perpetuarse trasladando tus rasgos inaccesibles sobre las páginas deleznables.

Perdidos bajo una tormenta de punzantes contrariedades y alejados de la patria amada, donde Titiro ya no cantaba églogas viriles, y el César Augusto de sus himnos se había trocado en polvo de pasado, te hallamos en día, feliz, mostrando tu hilera de cúpulas doradas, como si dibujases la silueta ondulante de tu río caudal; altanera, por lucir sin recato la pedrería de tus alcázares marmóreos y brindar ese abanico de avenidas ornado de verdes arboledas, cuyo armónico conjunto constituye como la más grata flor de tus recintos embrujados. En ti, el amor hecho novela y, a la vez, madrigal de policromas estrofas, vaga cual llama inquieta que aprovecha tu decorado espléndido, tus parques y plazas, galerías cubiertas y puentes anchurosos, para prender con tenacidad inaudita en las almas transeúntes. Todo en la urbe le sirve de trama y ornamento. La canción volandera que rueda de boca en boca y de calle en calle lo exalta y magnifica: la arboleda umbrosa de los parques lo protege entre flecos de adorno floral y verde ramaje; las revueltas y rincones de tus ensortijadas callejuelas la presta el misterio propicio a sus más peligrosas travesuras. Captar los amoríos de tus horas inquietas, ¡oh, ciudad de mis días¡, pasar de mano en mano y de boca en boca las cuentas de ese collar diamantino que es la caravana de tus quereres, representan casi vivir tantas vidas como amores nos traes bajo tus irisadas alas y reflejar en el cristal de nuestras almas las que al azar nos brinda tu aventura…

…Y ahora que renuevo continuo mis diálogos y a la vez mis apasionadas querellas de amor, ¡oh, bella ciudad cortejada por el sol de todos los amaneceres ¡, no te muestres una vez más furtiva; ábreme las anchas puertas de tu codiciado recinto y dicta por mis las páginas que siguen.